BOLIVIA: EVO RENUEVA SU MANDATO PRESIDENCIAL
Por Coco Cuba
Fuente: http://www.servindi.org
El presidente boliviano Evo Morales recibió el jueves en los santuarios de la civilización Tiawanaku, a 71 km de La Paz, los poderes espirituales para conducir el nuevo Estado Plurinacional de Bolivia, en la antesala de su segundo mandato en que se propone sacar al país andino amazónico de la pobreza y la inequidad sociales. Enfundado en una túnica blanca tejida a mano con lana de camélido en obrajes indígenas y coronado por un gorro de cuatro puntas, que simbolizan la integración de todas las regiones Bolivia y de los cuatro suyos, en alusión al precolombino Tawantinsuyo, que se expandió sobre gran parte de Sudamérica, Morales anunció una nueva era de progreso para su país y un Pachacuti, un nuevo tiempo para la humanidad marcado por un respeto supremo a la Madre Naturaleza.
“Desde este lugar milenario nace una nueva luz, una luz de esperanza para el pueblo boliviano y para la humanidad”, remarcó Morales en medio de una ceremonia de contornos esotéricos en la cuna de la civilización más longeva del continente y en presencia de alrededor de 50.000 personas.
Antes de ser empoderado, Morales recorrió los cuatro puntos cardinales de la mítica Pirámide Akapana en compañía de una mujer aymara centenaria, que simboliza el poder diárquico en la cosmovisión andina. El gobernante reverenció a la “sagrada Tierra, el “Agua sagrada”, el Aire sagrado” ante la presencia omnipotente del Cielo”. El rito desarrollaba mientras el sonar ininterrumpido de pututus (cuernos de vacuno) mediatizaba el ritual.
“Gracias abuelas, abuelos. Miren a su hijo, Evo Morales, que en este momento retoma nuevamente el poder para gobernar esta nación”, que de la mano de su primer presidente indígena intenta superar un estado de postración secular, dijo un chamán andino que invocó a los Achachilas, titanes reinantes en la cumbres andinas, mientras guiaba los pasos del gobernante.
Ahora, con Morales en el poder, los indígenas “tenemos una oportunidad de hablar, de ser escuchados y de poder buscar una vida digna, una existencia justa, un futuro”, proclamó el amauta (sabio) andino.
El Presidente boliviano anunció que su administración se fundará en los heraldos morales de los pueblos indígenas de su país: ama sua (no seas ladrón), ama llulla (no seas mentiroso), ama qhella (no seas flojo).
LOS PECADOS DE HAITÍ
Por Eduardo Galeano
Fuente: http://www.servindi.org
La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras.
Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.
El voto y el veto
Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.
Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole: -Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.
La tradición racista
Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.
Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.
En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.
La humillación imperdonable
En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.
La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.
El delito de la dignidad
Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.
Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.
La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.
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