Álvaro Ulcué Chocué, 10 de Noviembre de 1984, Colombia
Sacerdote indígena paez, asesinado en Santander, Colombia. Fue párroco de Toribio, departamento del Cauca. Asesinado de dos balazos que le destrozan el rostro y la cabeza y, finalmente, rematado en el suelo. Para esto, los asesinos, desde una moto, detienen el coche en que Álvaro se desplaza por los caminos de su parroquia.
Álvaro no era de ninguna manera un hombre locuaz, era una persona que estaba siempre a la escucha; era sencillo, tímido, austero, inquieto, reflexivo, con deseos siempre de aprender, de buscar el mejor servicio y de luchar incansablemente reivindicando para su pueblo la dignidad.
Apóstol entregado a sus hermanos paeces, lucha para que el gobierno les conceda tierras, cosa que consigue en parte, porque después son brutalmente desalojados. Álvaro escribe una gramática y un manual de primeros auxilios en lengua paez. Organiza festivales de música y muestras de arte para rescatar la cultura indígena. Pero por sobre todo, los paeces escuchan el mensaje liberador del Evangelio en su propia lengua y sienten a su párroco y hermano muy cercano, alegre, sin miedo a sus perseguidores -los mismos que siempre oprimieron a su pueblo- que ya lo han amenazado de muerte, han asesinado a su hermana Gloria y herido a su papá, Domingo Ulcué, de 70 años y a su mamá, Soledad Chocué, de 60, en la masacre de Pueblo Nuevo, del 22 de enero de 1982, cuando doscientos policías emboscan a la comunidad paez para quitarle sus tierras. “La muerte de Álvaro, como la de Jesús de Nazaret, no fue un hecho fortuito... fue la consecuencia de una opción por la justicia”, declaran las Comunidades Cristianas de Bogotá, al comentar el martirio de Álvaro, hombre justo, sacerdote entregado a su pueblo.
El gran legado de Álvaro es que fue un hombre que nunca se avergonzó de ser indígena, -como se lo habían tratado de introyectar seguramente las autoridades civiles y religiosas-. Fue incansable en la lucha por las reivindicaciones de su pueblo en el que continúa resucitando día a día. En palabras de él: “Somos indígenas y por ello estamos destinados a desparecer, si nos callamos nos aplastan, si protestamos, nos llaman subversivos, pero así no podemos seguir”. Por ello mismo, él nunca se dio por vencido, sólo la muerte le impidió continuar lo que otros han hecho en su nombre.
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