Compartimos este espacio de diálogo con el Señor Jacinto Peña, campesino de Santiago de Veraguas, Panamá, que conoció directamente al sacerdote mártir Héctor Gallego. Jacinto fue, junto con el Padre Gallego y otros muchos laicos, uno de los principales gestores del cambio social de la zona. Damos la palabra a nuestro invitado.
Sr. Jacinto, ¿Cómo conoció al padre Héctor Gallego?
Bueno, yo soy del campo, soy agricultor. Nunca me interesó tanto la Iglesia, yo no soy de la gente que suele ir a la misa. Yo tuve noticias de que llegó un sacerdote a Santa Fe, pero no lo conocía aún. Un día me encuentro con él viniendo de mi casa a un trabajadero que tengo; él venía del pueblo en una mula hacia una comunidad central, donde nosotros nos reuníamos, llamada El Carmen. Yo venía caminando con un motete de caña cuando me encuentro con un hombre montado en una mula; digo un hombre porque en aquella época los sacerdotes usaban la sotana, pero él no. Nos topamos en el camino y cuando estábamos frente a frente me saludó: “Hola, ¿cómo estás?”; yo le dije: “Estoy bien”, y me extendió la mano. Cuando me extendió la mano ahí mismo se bajó de la mula y comenzó a preguntarme para donde iba. Yo le dije que iba para mi finca. Me dijo: “Mira, yo soy el sacerdote de aquí de Santa Fe ahora”. Yo le dije: “¿Usted es sacerdote?”, me dijo: “Sí, yo soy el sacerdote de aquí”. “A mí me admira que un sacerdote me salude a mí”, le dije. “¿Por qué, hombre, por qué? Los sacerdotes deben saludar”, me dijo. “Deben, pero los sacerdotes no saludan a los pobres”, le dije. Comienzo a picarlo y entonces él dice: “Mira, yo soy un sacerdote, pero bueno, vengo a hacer un trabajo con la gente de aquí, he decidido trabajar con los campesinos, voy a reunirme con la gente y quiero invitarte a una reunión. Yo dije: “Yo no tengo tiempo para asistir a reuniones, a mí el tiempo no me alcanza para trabajar”. Me dice: “Mira, esa gente ocupada es la que a mí me gusta, y a mí me gustaría que tú fueras a la reunión y escucharas un rato. Nosotros nos reunimos en la comunidad El Carmen todos los jueves”. “Ah, bueno, yo voy a pensarlo. Y voy a ver si el jueves yo le aparezco allá. Si le aparezco allá, es que he ido”, le dije. “Bueno, no te quito más tiempo, porque vas para el monte”, me dijo. Y se montó en la mula y se fue. Yo me vine pensando: “Un sacerdote me saluda de la mano, me aprieta la mano”. Los campesinos decimos que cuando alguien nos aprieta la mano es que es gente que tiene algo, es que es un hombre trabajador. Sembré mi semilla y no se me quitaba de la mente que el hombre me había invitado para la reunión del jueves. Y fui a la reunión. Ese fue el momento de conocernos. La reunión fue muy buena, en el sentido de que había preguntas muy contundentes; él no conversaba mucho, quería escucharnos. Yo era tímido en ese tiempo, pero era uno de los poquitos que me atrevía a hablar. Primero nos hablaba de la Biblia, nos hacía reflexionar sobre el texto que nos había leído. De ahí en adelante me comprometí a asistir a las reuniones. No sé que conoció en mi, él estuvo muy dedicado a darme seguimiento, no quería dejarme solo.
¿Con qué realidad social y eclesial se encontró Héctor en Santa Fe de Veraguas?
Cuando llega Héctor Gallego aquí se encuentra con una realidad crítica. La situación económica del campesino era bien difícil. Teníamos una marcada esclavitud, éramos atropellados por una dominación que ni nosotros mismos entendíamos, no la alcanzábamos a ver. Únicamente éramos serviles de la gente que tenía plata. Nos volcábamos a trabajarles por $0,50 por 10 horas trabajadas, sin contar el tiempo que nos tomaba llegar desde los lugares donde vivíamos a las fincas. Esa era la realidad del trato social. Lo más grave del asunto era que toda la gente era sumisa, no se atrevía a rebelarse, a desquitarse de los ricos. Yo pienso que cuando Héctor llegó eso vio en mi; yo ya no me quería dejar poner ese yugo. Yo me había escapado ya y, por eso, le decía a Héctor que yo no tenía tiempo, pues me había puesto en la mente saciar mis necesidades trabajando en mi finca, no trabajándole a otro. Soy el segundo de un grupo de nueve hermanos. Mi hermano mayor se había juntado con una mujer y yo me había quedado en la casa con todos los demás muchachos y muchachas. Yo comandaba ese grupo. Me había propuesto hacer mi finca; ya me había atrevido a desafiar y a pelear con patrones. Ya me estaba liberando. Creo que Héctor vio eso en mí. La situación de Santa Fe era compleja; aquí los ricos eran los que tenían el poder económico y político. Ésos se metían en la politiquería y compraban nuestro voto al precio que a ellos les daba la gana. El día de las votaciones traían a la gente de las comunidades pobres y los encerraban, no los dejaban salir. Cuando salían, ya salían con el voto compuesto para las elecciones. Era una situación bien crítica para nosotros los pobres.
Los sacerdotes en ese tiempo se quedaban en la casa de los ricos y eran conducidos en sus mulas a las comunidades. Los curas se sentían agradecido con los ricos y por eso respondían a sus políticas. No se preocupaban de la realidad del maltrato social hacia los campesinos. Ésta fue la diferencia que marcó Héctor aquí en Santa Fe. La Iglesia era una Iglesia de ritos; había solamente ceremonias, bautizos, confirmaciones. Teníamos el agravante de no tener sacerdote. Héctor llega aquí como el primer sacerdote para la parroquia San Pedro Apóstol. Los sacerdotes de San Francisco hacían su recorrido por aquí, pero no hacían ningún trabajo social de base. Nosotros de religión no sabíamos nada, no más lo que nos enseñaban nuestros abuelos, a rezar el padrenuestro, el avemaría.
¿Cómo trató de responder Héctor a esas realidades?
Héctor hizo un trabajo serio. Recorrió todo el distrito de Santa Fe en el poco tiempo que permaneció aquí. Comenzó a reunirse en cada comunidad, formó once comunidades centro, buscando para cada una de ellas personas para dirigirlas. En este equipo nos hizo analizar la palabra líder, jefe, y varios conceptos que hablan de personas sobresalientes en las comunidades. Nos dijo que los líderes son aquellos a quienes seguimos, pero que éstos en el camino se pueden cambiar… En conclusión llegamos a decir que como miembros activos de la comunidad nos debemos llamar “responsables”. Y llegamos a ser sesenta responsables de comunidades. En cada comunidad llegaban a haber hasta tres responsables. Teníamos cada semana una reunión dominical y una reunión de la comunidad en día de semana. Al fin de mes nos reuníamos los responsables en una convivencia que iniciaba desde el sábado en la mañana y que concluía el domingo con una misa a la que llegaba la gente de todas las comunidades. Los responsables traían todos los problemas de las comunidades para discutirlos y atacarlos con soluciones. Él nos ayudaba a través de las lecturas bíblicas a responder a esos problemas. Cuando regresábamos a las comunidades, en la reunión dominical discutíamos nuestros problemas a la luz de esas lecturas. Esto logró que el trabajo avanzara de forma tan rápida en el poco tiempo que estuvo Héctor aquí.
En una convivencia Héctor comenzó a decirnos que por qué nosotros no nos levantábamos y hacíamos un negocio. “Padre, pero nosotros no tenemos plata”, le dijimos. “Ya verán, ustedes van a tener plata”, nos decía. En otra convivencia llegamos a reunirnos cincuenta responsables y nos dijo que íbamos a comenzar un proceso. Se sacó un real de la bolsa del pantalón, lo tiró en medio del círculo que formábamos y nos dijo: “Con eso no más tenemos para cinco confites, somos cincuenta, imagínense ustedes que habría que partir cada confite en diez pedazos, ¿Qué gusto le daría a usted ese pedacito? ¿Qué creen ustedes que se debe hacer aquí? Un campesino dijo: “Bueno, yo voy a poner otro real”. “Ahora hay para diez confites, tocaría partir el confite en cinco pedacitos”, dijo Héctor. Se paró otro y dijo: “Yo pongo otro real”. Así hicimos la vaca de diez reales. Eran cincuenta confites y nos tocó uno a cada uno. Nos dijo Héctor: “Está bueno ese confite”. “Buenísimo, padre”, le respondimos. “Lo que están viendo es una forma de hacer cooperación para satisfacer una necesidad de nosotros, que teníamos ganas de confite. Así mismo podemos comenzar a hacer una cooperativa. No se necesita gran cantidad de plata sino que cada quien ponga su aporte”. Comenzamos con una tienda que tenía un saco de sal morena. Ese fue el mecanismo para comenzar la Cooperativa Esperanza de los Campesinos R/L. Yo fui el primer gerente de la cooperativa.
¿Cómo reaccionaron los ricos?
Los ricos no se dejaron esperar. Nos empezaron a llamar “los pobres con tienda”. “¿Quién ha visto un pobre con tienda?”, nos decían. Nosotros calmados, pero eso sí, aportando reales; y todos los grupos comprando sal. Los ricos provocaron nuestro rechazo hacia ellos mismos pues nos insultaban, nos regañaban. Algunos se asustaban de que el patrón les estuviera regañando, pero a otros nos daba coraje. Cuando íbamos llevando a la espalda los sacos para la cooperativa nos arriaban como caballos, nos trataban con malos dichos, nos insultaban al ir a su tienda, nos negaban sus préstamos.
La parroquia se convirtió en una parroquia conflictiva. Nosotros tomamos decisiones en áreas de conflictos. Éramos como el perrito tinaquero que se pone a reñirle a un doberman. Atacamos el voto compuesto que los ricos obtenían encerrando a la gente. Llegamos a un plebiscito aquí en Santa Fe de que este año (1968) no íbamos a ir a las elecciones, que no trajeran urnas, que no íbamos a apoyar a ningún partido político. Los ricos, Álvaro Bernaza y otros personajes de aquí violaron este acuerdo y empezaron a coger las coimas (sobornos) que daban los partidos políticos. Como en el pueblo no había luz eléctrica Álvaro Bernaza compró una planta eléctrica para el pueblo, disque para dar luz gratis a las casas. Un grupo de jóvenes que había formado Héctor decidió quemar a escondidas la planta eléctrica con leña y gasolina. Al día siguiente le echaron la culpa al padre, pero Héctor no estaba aquí, estaba en Santiago. Allá lo detuvieron y el obispo tuvo que interceder y buscar forma de sacarlo. Así comienza a haber asperezas. Los ricos decían que el padre era perverso, que era comunista, que había que sacarlo de aquí. Elevaron sus reclamos a nivel de gobierno, y en ese tiempo estaban mandando los militares recién instalados. Comenzaron las visitas del servicio de inteligencia, cargando a Héctor sobre la mira.
Un riquito, Asaúl Ruiz, dirigente del Partido Arnulfista, compró un terreno en Santa Fe. Este lote estaba al lado del terreno de una señora de la comunidad. El terreno estaba delimitado por un alambre de púas. El hombre tenía fuerza, consiguió una máquina y se puso a hacer un plan ahí en su terreno y se metió en el terreno de la señora, llegándole a raspar a la pared del rancho. Los activistas de aquí fuimos a la convivencia con Héctor y discutimos el problema. Decidimos pelear la tierra. Héctor tuvo que salir a visitar otra comunidad. Por la noche pusimos unos parales bien enterrados con cuatro hilos de alambre y dejamos bien dividido el terreno, siguiendo las señas las raíces de los árboles arrancados que servían de límite. Asaul Ruiz era familiar cercano del General Torrijos; tenía entronque allá arriba, en la jefatura. Al otro día la novedad era que el tipo puso una denuncia y nos llamaron a nosotros.
Fuimos, sin miedo, y yo hablé: “Mire capitán, se trata de esto: este señor compró un lote y mire, aquí están las raíces de los palos que él ha arrancado y que servían de raya. Nosotros hemos cercado y no hemos tomado ni una pulgada de más y eso se queda así, la comunidad responde por esta cerca, nosotros la pusimos porque queremos que se haga justicia. Le solicitamos a usted que se haga justicia”. El capitán les preguntó a los que venían como peritos de Asaul qué tenían que decir, pero se quedaron en silencio, no se atrevieron a responder. Como no se atrevieron a responder nada el capitán nos dio la razón; dijo que el sitio quedaba así como lo habíamos dejado. A Asaul eso le chocó; alguien le oyó decir “A ese curita hay que matarlo”. A los dos días Héctor regresó y, por la noche, quemaron el rancho donde vivía, con él adentro. Eso fue un día viernes.
Esa misma noche yo lo invito a que se vaya a mi rancho. Héctor se la pasa haciendo giras y poniendo la denuncia; le escribe al obispo contándole la situación. En la misa del domingo denunció lo sucedido y nos dijo que cualquier día lo podían hacer desaparecer, y nos aconsejó que si eso llegaba a suceder no lo teníamos que buscar, sino seguir luchando. Viajó a Panamá y allí lo entrevistaron el 5 de Junio (1971) en Radio Hogar (5 días antes de ser secuestrado); allí dijo que la situación en Santa Fe estaba caldeada, que el hombre ya está tomando conciencia colectiva. Héctor era un tipo que se movía mucho, era inquieto y había trabajado varias partes de la diócesis, en el mismo obispado, y estaba muy relacionado con Radio Veraguas y Radio Hogar. Nosotros montamos varios eventos con universitarios, parroquias, obreros y catequistas de la ciudad. Esto daba pista para que el ejército le hiciera seguimiento. Todo el trabajo que él hacía calentó su persecución. Nos acostumbramos a los interrogatorios del ejército. El 7 de Junio él regresó a Santa Fe a la comunidad de El Carmen donde se estaba dando un curso. Yo no sabía que él estaba allí. El día 7, dos tipos, Walker y Margallón, llegaron a mi casa buscando a Héctor. Mi mujer los atendió y les dijo que él no estaba, que se había ido a Panamá. Ellos le dijeron que alguien de la cooperativa les había contado que Héctor estaba en El Carmen y que iban para allá a “buscar naranjillas”; por cierto, las naranjillas no se dan por allá, pues no es tierra húmeda. El día 8 terminó el curso en la tarde, ese día por la noche llegó Héctor de sorpresa a mi casa, le dimos de cenar, tomamos café y hablamos. Como a eso de las 10:00 de la noche quiso irse a descansar. Preparé los catres y nos fuimos a dormir. Cuando ya estamos dormidos tocaron a la puerta y Héctor contestó, pues era el que estaba más cerca de la puerta. Cuando yo desperté Héctor ya estaba abriendo la puerta. Yo no salí, me quedé viendo a escondidas quiénes eran los que estaban hablando con él. Se identificaron, quizás mostrando un carnet, pues Héctor dijo “está bien, está bien”. Le dijeron a Héctor que su superior les había pedido llevarlo al cuartel. Héctor les dijo que estaba muy cansado y que iría al día siguiente a las 8:00 am al cuartel, que no era necesario irse ahora mismo. Le insisten en irse, y le dicen a Héctor algo en voz baja que yo no logré oír. Héctor le contestó que si eso era así él iría, pues no quería que se hiciese ningún daño a la gente que estaba aquí, que le permitiesen irse a vestir. Cuando él entra a la casa por la ropa yo salí, le hice señas y él me dijo que no saliera. Salió Héctor y escuché como un gemido y lo echaron al carro. Yo no pude aguantar más y salí al camino poniéndome frente al carro, pero las luces me encandilaron. Yo les grité ¿Por qué se llevan a este hombre así? Y se fueron. A esas horas nos movimos para sacar a Héctor de la cárcel, me fui para Santiago a avisar al obispo. Llegamos como a las 3:00 de la madrugada. El secretario nos recibió pues él no estaba, le llamó por teléfono, y el obispo dijo que llegaría como a las 6:00 de la mañana. Llegó un poco antes de las 6:00 y le conté todo lo sucedido. Nos alistamos para ir al cuartel. Cuando llegamos el obispo habló con el capitán Calvo pero éste le dijo que no tenían ninguna misión para Héctor Gallego, y que no lo habían mandado a buscar. Todavía estamos en espera de saber algo de él. Hay muchas especulaciones sobre lo que sucedió con él, pero lo cierto es que Héctor desapareció y que no lo vamos a encontrar.
¿Cómo se mantiene la memoria de Héctor aquí?
Todos los 9 de Junio la Cooperativa celebra la memoria de Héctor Gallego, recordando que él vive entre nosotros. Nos hemos quedado con esa tarea porque la Iglesia Católica está tratando de borrar su recuerdo. En estos cuarenta años no hemos tenido un solo sacerdote que haya querido apostar al movimiento de Héctor. Yo, como miembro activo del movimiento me he sentido decepcionado de la Iglesia. Yo no estoy en contra de la Iglesia sino en contra de aquellas personas que dentro de la Iglesia, en vez de hacerle beneficio a la Iglesia le hacen un daño a nuestra Iglesia, que es la Iglesia de Cristo. Creo que la Iglesia, en vez de dedicar tanto tiempo a santitos y santitas, debemos favorecer a los más desprotegidos. Mire, la provincia de Veraguas, que es una provincia muy productiva, es una de las que tiene mayor índice de analfabetismo, y estamos en el tercer lugar en el índice de desnutrición y de pobreza extrema. La Iglesia debe dedicarle más tiempo a la semejanza de Cristo, que somos nosotros.
1 comentario:
Los felicito por mantenerse firme en la lucha que les pido el padre Héctor. Y les exsorto a mantener viva la memoria de este angel.estoy segura que desde el cielo el los está guiando a seguir adelante
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