jueves, 1 de marzo de 2012

BUNUR, EL VIAJERO DEL UNIVERSO

Por Nibar Fidencio Alvarado.

Bunur es un niño intrépido, inteligente y curioso. Vivía en el campo, lejos de las luces que ciegan los titilantes destellos de las estrellas.  Todas las tardes, cuando apenas el sol despedía sus últimos rayos, solía caminar por el bosque para mirar los planetas del sistema solar y dibujar en un papel todo lo que él veía del universo.  Hablaba con las plantas y decía: “Sé que cuando uno muere viaja a través del universo hasta llegar a la casa de nuestro gran Padre y de nuestra gran Madre, lo sé porque eso me lo contaron mis abuelos. Por eso, cuando yo muera quiero que  me lleven de planeta en planeta para ser el viajero del tiempo y del espacio”. Mientras hablaba, recordaba lo que su mamá le decía: “No se demore mucho en el campo, la noche se vuelve oscura y muchos animales salen en busca de alimentos y te pueden atacar”. Se concentraba oyendo el sonido de la noche y trataba de identificar cada sonido que escuchaba. De pronto, oyó un ruido extraño que nunca antes había oído. Subió al árbol de mango para observar de donde procedía el ruido. Una luz tenue, entre verde y azul, apuntaba un punto fijo donde estaba aterrizando la pequeña nave en forma de un ave de grandes proporciones. La noche estaba clara y todos los sonidos que se escuchaban habían quedado en silencio, dándole bienvenida a unos personajes extraños. Por un momento, Bunur sintió mucho miedo y ganas de correr, pero decidió quedarse a observar lo que iban a hacer los seres recién llegados.

Decidido, pensó que sería mejor entablar amistad con los extraños, pues en su inocencia pensaba no había nada que temer. Se dispuso a dialogar con ellos y preguntarles de donde venían. Lentamente,  fue acercándose a la nave y se paró frente a los recién llegados: “Yo soy Bunur”, les dijo, extendiendo su mano. “¿Quiénes son ustedes?”, preguntó. “Nosotras somos las protectoras del universo; hemos venido a la Tierra para ver cómo los terrícolas cuidan a su nave madre mientras viajan por el espacio. Nos mandaron el Gran Señor y la Gran Señora de todo lo creado. Ellos están muy preocupados por lo que sucede con la Tierra”.

Bunur y las visitantes se habían sentado encima del tronco de un árbol caído. Él escuchaba atentamente lo que las jóvenes extrañas le decían. Preguntó: ¿y qué han observado? “Hemos observado que el hombre y la mujer ya no quieren a su Madre Tierra; la pisotean a cada rato, le tiran muchos desperdicios que los están matando a ustedes poco a poco. Es doloroso ver cómo los ríos se están secando; muy pronto ya no tendrán agua en la Tierra. Los animales nos han comentado que ya no tienen lugar donde vivir y que la comida escasea; afirman que sus hermanos ya no los respetan, y que, por eso, muchos han desaparecido de la Tierra. Los cerros nos han dicho que ya no soportan el calor del abuelo sol porque a los hermanos árboles, que les cuidaban, los están talando. A Bunur, al escuchar el relato de las visitantes, se le aguaron los ojos de tristeza y dijo: “Hermanas, llévenme de planeta en planeta, pues quiero estar lejos cuando mi Madre muera”. “Te llevaremos, pero no puedes quedarte en esos planetas, porque son diferentes a tu ambiente. Además, ustedes los de la nueva generación son la esperanza de mis Señores”. Entonces, las recién llegadas se identificaron: “Nosotras somos “nisburdorgan”, hijas de las estrellas. Hace muchísimo tiempo estuvimos en la Tierra por que iban a sacrificar a un bebe que Baba y Nana habían enviado para ayudar a liberar a la Madre Tierra de sus enemigos. En aquel tiempo nuestra Nabgwana (Madre Tierra) sufría porque sus hijos padecían de muchas calamidades. Hoy vemos que la situación sigue igual. Siguen matando a sus hijos en nombre del desarrollo, la modernidad y el progreso. El ser humano ha olvidado que “progreso” significa cuidar del medio ambiente, es decir, cuidar de la Tierra, la Madre Tierra. Si no la cuidamos no hay desarrollo, ni progreso, ni vida para todos”.

De pronto, Bunur sintió que se elevaba y se apartaba del bosque. Ante sus ojos aparecieron guerras, deforestaciones, quemas indiscriminadas, minas, inundaciones por hidroeléctricas, catástrofes y todo lo que al hombre y a la mujer no los hace vivir bien, como hijos de Baba y de Nana. Luego sintió que se alejaba de la Tierra y miraba como ésta se hacía un puntito cada vez más pequeño, conforme se alejaba. “Éstos son los planetas que cuidan a su hermana, la Tierra”, dijeron las jóvenes. “Cada cual viaja en su órbita, por eso hay equilibrio y respeto a lo que hace cada uno. Si el humano destruye su nave, llevará la destrucción también a esos planetas, porque el equilibrio se romperá. El hombre y la mujer morirán. A Bunur le brotaron las lágrimas de sus ojos y dijo entre sollozos: “Qué puedo hacer para salvar a nuestro planeta de la maldad del ser humano. Las jóvenes le dijeron a una sola voz: “Amar a su Madre Tierra y todo lo que en ella vive. Para ello, debemos pensar que la Tierra es nuestra amiga y no nuestra enemiga; debemos trabajar para que la Tierra vuelva a tener voz y sepamos comprender su mensaje…”

¡Bunur!, ¡Bunur!, ¿Dónde estás?, -se oyó una voz en la oscuridad-. Bunur estaba acostado en medio de la hierba, y en uno de sus manos tenía un papel en el que había dibujos de plantas, estrellas y animales.

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