Jon Sobrino, SJ
Nuestro compañero Edgargo Guzmán, cmf, nos ofrece desde El Salvador la entrevista que realizó al reconocido teólogo de la liberación P. Jon Sobrino, sj, sobre el martirio de sus compañeros jesuitas de la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas). En este año dedicado a los mártires latinoamericanos, queremos destacar la vida y obra de estas personas que lucharon por la vida digna de los pobres de este pequeño país, “el pulgarcito” de Centroamérica.
Los mártires jesuitas pertenecieron a una generación alrededor de Medellín, 1928, y la Congregación General XXXII, 1975, que definió la identidad del jesuita con estas palabras: “comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que mismas fe exige”. Y la Congregación añadió sabiamente que por esta tarea “tendremos que pagar un precio”.
La tarea la compartieron con muchos otros sacerdotes y laicos. Y pagaron el precio. Ya en 1972 los obispos de El Salvador -entre ellos el joven Monseñor Romero- les pidieron que abandonasen el seminario de San José de La Montaña. El rector era el Padre Amando López, y había empezado a poner en práctica entre los seminaristas a Medellín. En 1973 el gobierno salvadoreño acusó a los jesuitas del Externado de enseñar marxismo y de indisponer a los estudiantes con sus padres. En el colegio trabajó muchos años el P. Segundo Montes y también el P. Juan Ramón Moreno cuando surgieron esos graves problemas. Los jesuitas, publicaron seis campos pagados en los periódicos a doble página cada uno con el título: “El Externado piensa así”. Fue un texto popular, una defensa del pobre y un ataque a la oligarquía salvadoreña. En 1977 Rutilio Grande fue asesinado en Aguilares junto con con un niño y un anciano. En la UCA desde 1976 explotaron 25 bombas. Varios jesuitas fueron amenazados de muerte. El 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados 6 jesuitas.
¿A qué dedicaban su vida?
Rutilio a la pastoral con los campesinos, muy creativamente, siguiendo la inspiración de Monseñor Proaño. Lolo, el Padre Joaquín López y López, trabajaba en Fe y Alegría en sus momentos iniciales, sin muchos medios, pero con gran ilusión y convicción de servir a los niños y jóvenes más pobres. Los otros cinco trabajaban en la UCA. Pusieron sus diversos saberes al servicio de la verdad y de la justicia. Es lo que no les perdonaron.
¿Qué causas defendían?
Ya está dicho. Sólo quiero insistir en que eran causas “salvadoreñas”: la vida de las mayorías populares. Y que eran causas “evangélicas”: poner a producir en el país a Jesús de Nazaret. Encontraron una ayuda en la teología de la liberación y en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Ignacio Ellacuría los reformuló en profundidad latinoamericana. Sólo dos ejemplos. El primero es que junto a Cristo puso a los pueblos crucificados y se preguntó qué hemos hecho para que estén crucificados en la cruz y qué vamos a hacer para bajarlos de la cruz. El segundo, “las dos banderas”, dos formas de vida: una que comienza con la riqueza y lleva a todos los males, y otra con la pobreza que lleva a todos los bienes. Histórica y socialmente las historizó como “civilización de la riqueza, cuyo motor es la acumulación del capital y cuyo sentido es el disfrute es esa acumulación”; y “la civilización de la pobreza, cuyo motor es la satisfacción de las necesidades básicas, y cuyo sentido es la solidaridad y vivir con espíritu”.
¿Por qué fueron asesinados sus compañeros?
Monseñor Romero dijo: “se mata al que estorba”. Los jesuitas, como muchos otros en los años 70 y 80 estorbaban porque decían la verdad, denunciaban las terribles injusticias en el país. Y lo hacían con argumentos, universitarios y sobre todo evangélicos. En Aguijares ayudaron a que los campesinos tomasen conciencia y se organizasen para su liberación.
¿Por qué Ignacio Ellacuría habla de los pueblos pobres como “pueblos crucificados”?
Porque no son pobres por naturaleza, sino que han sido empobrecidos históricamente por opresores, personas y, sobre todo, estructuras. Y son reprimidos cuando intentan, aun con buenas artes, liberarse de esa pobreza. “La cruz” dice muerte injusta, y los pueblos pobres mueren la muerte lenta de la pobreza y la muerte rápida y violenta de la represión. Esta intuición de Ellacuría sigue siendo verdad hasta el día de hoy.
Como cristianos, ¿qué postura debemos asumir ante el sufrimiento y la muerte de los pobres?
Primero, trabajar y luchar para que tengan vida y no mueran. Segundo, compartir su sufrimiento y su muerte. Tercero, agradecerles porque muchas veces en ellos, mejor que en ningún otro lugar aparece el rostro de Dios. Y nos humanizan. Hace unos años escribí un librito con el título “Fuera de los pobres no hay salvación”.
¿Qué enseñanzas fundamentales nos deja la experiencia del martirio de tantos hombres y mujeres en Latinoamérica?
Varias. Que lo que le pasó a Jesús fue totalmente lógico porque lo sigue mostrando nuestra historia. Que hay, al menos ha habido, mucha gente muy buena y muy cristiana que son nuestro camino a Dios. Que el mal, el egoísmo de personas y sobre todo de estructuras, tiene gran poder. Y sin embargo, no acaba de matar a los mártires del todo. Siguen vivos, Monseñor es el ejemplo más claro, pero hay muchísimos otros. Y en momentos de crisis en nuestra Iglesia, como la actual, los mártires son los que mantienen nuestra fe en Dios y nuestra esperanza para seguir trabajando, pase lo que pase.
¿Es necesario mantener viva la memoria de los mártires?
No hacerlo es ante todo ingratitud y deshumanización. Aunque haya otras fuentes de vida cristiana, no hay ninguna como ellos. Lo sabemos, pero no sé si lo vivimos: hay que mantener viva la memoria de Jesús, la memoria del mártir Jesús. Sin eso el cristianismo es hipocresía, infantilismo o farsa. Se desmorona. Y al contrario, la cruz de Jesús es lo que mantiene vivo a Jesús entre nosotros. Su resurrección es símbolo de esperanza, ciertamente. Pero sólo con la resurrección y sin la cruz hay peligro de olvidarnos del Jesús real, el de Nazaret, de Galilea, de Judea, de Jerusalén. Jürgen Moltmann, gran teólogo alemán, escribió en 1970: “No toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús quien, por amor, tomó sobre sí la cruz”.
Presentamos a continuación una breve reseña de la vida de cada una de los mártires de la UCA, tomadas del Martirologio Latinoamericano.
Ignacio Ellacuría, 59 años, nacido español, salvadoreño como sus compañeros de martirio, desde los 19 años, en el noviciado de Santa Tecla. Doctor en Filosofía, teólogo, rector de la UCA desde hacía diez años. Su rigor intelectual, su claridad en el análisis de la realidad, su creatividad para soluciones profundas e inmediatas, lo hacen interlocutor obligado de religiosos, intelectuales y políticos y su fama trasciende las fronteras centroamericanas. Invitado a congresos, conferencias, a recibir premios en el exterior, "Ellacu", como le dicen, aprovecha toda ocasión para ser portavoz de su pueblo clamando justicia.
Segundo Montes, 56 años, español. Doctor en Antropología Social, educador por vocación, escritor. Desde 1984 se dedica incansablemente a los desplazados de guerra, a quienes visita en Honduras, Nicaragua y Estados Unidos. Su trabajo científico y humanitario atrae la atención internacional. Sus escritos y conferencias desnudan la cruda realidad salvadoreña.
Ignacio «Nacho» Martín-Baró, 47 años, español, novicio en El Salvador y estudiante de Humanidades y Filosofía en Ecuador y Colombia, de Teología en Alemania y Bélgica. En la UCA obtiene la licenciatura en Psicología Social y el doctorado en Estados Unidos. Publica once libros e incontables artículos. Vicerrector académico, maestro de psicólogos salvadoreños, vive atento a la problemática del pobre, a las consecuencias psicosociales de la violencia, a la religiosidad liberadora.
Joaquín López y López, 71 años, el único salvadoreño nativo. Estudia en Estados Unidos y España. Su vida transcurre entre el colegio San José y la UCA de los primeros tiempos y en los últimos veinte años en "Fe y Alegría".
Amando López, 53 años, nace en España, estudia Teología en Irlanda y obtiene el doctorado en Ciencias de la Religión en Francia. Rector del seminario arquidiocesano de San Salvador, donde introduce reformas sustanciales. Más tarde, rector del colegio Centroamérica y de la UCA de Managua, en Nicaragua. Su carisma es el don de consejo, la alegría, la ternura.
Juan Ramón Moreno Pardo, «Pardito», 56 años, español. Estudia Filosofía en Ecuador y Teología en Estados Unidos. Su inteligencia y agudeza le permiten adquirir una vasta cultura. Es formador de estudiantes, seminaristas, novicios y un incansable predicador de ejercicios espirituales.
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