Compartimos con ustedes las reflexiones de Carlos López y Gilberto Arias entorno a la resistencia que sostuvo al pueblo kuna ante la invasión española. Estos dos grandes líderes nos transmitían hace 25 años su sabiduría y nos motivaban ser fieles a nuestras raíces. Estos pensamientos son tomados del Encuentro General realizado en Uggubseni del 5 al 7 de Septiembre de 1986.
Carlos López
El saila nos cantó de Igwasalibler. En ese tiempo es cuando nuestros abuelos se encontraron con los hombres blancos anunciados por Ologan. Pero para poder comprender el dolor de nuestra tierra con la llegada de los españoles, es muy importante saber qué teníamos cuando llegaron y qué tenemos ahora, después de la masacre.
Nuestras abuelas se vestían, nuestros abuelos utilizaban tejidos muy variados. Mucho antes habían utilizado la piel de los animales, las plumas de las garzas, de los guacamayos, pero poco a poco se cambió con la venida de Ibeorgun y Gikadiryai. Entonces nuestros abuelos conocieron el algodón, nuestras abuelas se vistieron de disggemola, abgimola. Sabían teñir los tejidos de todos los colores, se vestían con un traje hasta la pierna. Luego vino la mola de ahora. Nuestras abuelas tejían la hamaca. Nuestras abuelas amasaron el barro, fabricaron tinajas, platos y cucharas de barro. Nuestros abuelos se peinaban con los hilos de diversas plantas de armazón fuerte, sacaban el hilo de los plátanos, sacaban el hilo rojo, el hijo amarillo, el hilo negro. Nuestras abuelas utilizaron lascas especiales de donde sacaban el fósforo, donde encendían el fuego. Nuestros antepasados eran grandes cazadores, tenían muchos cultivos, nadie padecía hambre. Nuestros abuelos conocían el lenguaje de los animales, se movían siguiendo el chillido y el canto de los animales que les marcaban el tiempo. Con los cuatro gritos de los loros sabían predecir la aurora, más tarde el canto de la iguana, el canto de los pavones. Nuestra gente seguía diversos tiempos de acuerdo a las mismas criaturas de la Madre Tierra. Podían predecir con exactitud el tiempo de la lluvia, las variaciones de los vientos, la sequía. Seguían el curso de los cambios de las hojas de las plantas para conocer los acontecimientos de la naturaleza. Así vivían nuestros padres, así era nuestra civilización, nuestra sabiduría. No hemos copiado nada de los extranjeros. Solo conociendo la sabiduría, la cultura de nuestros mayores seremos capaces de amar y sentir el dolor de la sangre de nuestros mayores con la llegada de los españoles. Si tocamos directamente los acontecimientos de sangre, tendríamos sólo una verdad a medias, porque es mucho más que cosas materiales lo que hemos perdido con la invasión.
Con la llegada de los españoles, nuestros padres, dueños de esta tierra, sufrieron el atropello, la muerte, la huida, el terror. Los dueños de la tierra empiezan a ser huérfanos, a mendigar la tierra. Vino otro lenguaje: mendigos de la tierra. Llegan los españoles cargados de espejos, de ropas cosidas en España; se cambió así el lenguaje de nuestra tierra: ser engañados, ser sometidos. Nuestro lenguaje de gente libre fue pisoteado. Los valores que nuestros padres habían sembrado por muchos siglos han sido sepultados, han sido eliminados. Nos han engañado de muerte. Y esto perdura durante 500 años. Nuestra tierra ha sido violada, se han abierto canales de entrada para los wagas y ahora estamos amenazados por todas partes.
¿Y para qué estamos hablando de esto? Para que nuestro espíritu sea fuerte ante cualquier agresor, para que seamos capaces de decir “tú eres el culpable de la invasión de nuestra tierra”, y no tener miedo ante nadie. Para eso se aprende y se recuerda la historia. Si es tu tierra, ¡qué miedo puedes tener!
Ante todos estos acontecimientos, es muy importante, hijos que me escuchan, tener una conciencia limpia de hijos de esta tierra. Debemos tomar las noticias de sangre de nuestros abuelos como noticias recientes de nuestros padres, de nosotros mismos. Así, solo así, la historia no se repetirá. ¿Sobre la sangre de quiénes estamos viviendo? ¿Qué árboles pequeños y grandes podrían desconocer el sabor de la sangre de nuestros padres? ¿Quiénes dejaron sus huesos sobre esta tierra? ¿Quiénes han sido los primeros en esta Madre Tierra que supieron identificar los gorjeos de los pájaros, los chillidos de las cigarras? ¿Acaso no han sido nuestros abuelos? Los grandes neles, los grandes luchadores de esta Madre Tierra tenían esta conciencia clara. La conciencia de ser dueños de esta tierra. Con la invasión de los hombres blancos comenzó nuestra parálisis, nuestra debilidad mortal. Como huérfanos nos han tratado.
Yo personalmente no sé cómo está escrita la historia por los mismos agresores de nuestra tierra. Pero me llegan rumores de que los españoles dicen haber descubierto nuevas tierras; pero les digo que España no descubrió nada, pues nos agredió, nos invadió, nos mató. Si hubieran encontrado nuestra tierra sin nosotros, así como una isla deshabitada, sí podría decir haber descubierto una nueva tierra. Pero en esta nuestra Abia Yala vivían millones de nuestros abuelos. A lo largo y ancho de Abia Yala nuestros padres levantaban su cultura, su civilización, ¿cómo van a descubrir nuevas tierras? Es una historia de mentiras. Hermanos que me escuchan, ¿por qué los wagas hablan sobre su historia y transmiten sus luchas y sufrimientos a sus hijos? ¿No es para perpetuarse sobre la tierra? Y nosotros, ¿por qué no vamos a encontrar nuestras raíces? ¿No es para sentirnos hijos verdaderos de esta tierra? ¿Cómo vamos a defender nuestros derechos, nuestra tierra, si no sabemos cómo nos los han quitado y qué consecuencias padecemos año tras año? Eso es lo que nos dicen nuestros sailagan, es la historia que nos debe hacer valientes en la lucha. En el momento de conocer esta nuestra historia es cuando nos sentimos hombres.
Es cuando nos sentimos hijos de un pueblo grande, y todo este sentimiento nos debe impedir vender esta nuestra tierra a cualquier postor. Nuestros abuelos sabían que los españoles estaban mejor armados, pero el amor a la Madre Tierra fue mucho más grande que la misma agonía y que la muerte. Por eso Olotebiliginya, cuando llegaba a este punto de la historia, se ponía indispuesto.
Gilberto Arias
Nuestros padres sabían que algún día llegarían los hombres de otras grandes islas, como lo había dicho Ologan. Orgun también lo había repetido. Sin embargo, no sabían cuándo vendrían, ni qué intenciones tendrían. Por eso, cuando llegaron los españoles a nuestras tierras, nuestros padres creyeron que habían venido los nelegan, predichos por varios grandes dirigentes. Creyeron que venían de arriba. Nuestros abuelos, siempre creyentes en Baba, siempre dispuestos a acoger a todos, siempre dispuestos a perdonar, no pudieron rechazar inmediatamente a los españoles. No conocían las intenciones de los españoles. Así pasó en un primer momento. Mientras nuestros abuelos los confundían con personas sobrenaturales, los españoles reconocieron inmediatamente lo que buscaban en los platos con incrustaciones de oro, en las variadas vasijas de oro, en las pecheras de oro. Pero esto nos sucede todavía. Viene mucha gente que nos habla del valor de nuestras costumbres, de nuestras vidas, y no sabemos qué intenciones traen detrás de todo esto.
Cuando volvieron de nuevo los españoles ya sabían lo que entusiasmaría a nuestros abuelos. Así empezaron a cambiar latas, espejitos, los hilos un poco extraños por oro. Nuestros abuelos ya habían descubierto la aguja y utilizaban las espinas de diferentes plantas; ya tenían hilos de varias plantas, pero los brillos y modos tan diversos de los españoles los encandiló. Y como cuando abunda una cosa, en este caso el oro, ya no le prestamos atención. Así ocurrió a nuestros abuelos en Abia Yala. Y cuando este oro fue llevado a España y volvieron a nuestras tierras, es cuando llegó la violencia, el atropello, la sangre. Violaron a nuestras madres, a nuestras abuelas. Entonces, nuestros abuelos descubrieron las intenciones de los españoles, reconocieron que no eran los nelegan esperados, sino que eran emisarios del mal.
Nuestros abuelos más reacios a dar el oro y dejarse someter por los españoles fueron los primeros en ser eliminados. Eran obstáculos para su ambición. Descuartizaron a nuestros abuelos, a nuestras abuelas. Les amarraban para dejarlos como festín de los perros rabiosos. Amarraban a nuestros abuelos en frente de sus mujeres desnudas, burlándose de ellos, haciéndoles andar a gatas. Muchos de ellos fueron llevados a España, amarrados unos, para remar otros, azotados inhumanamente a los largo del mar Atlántico. Así sufrieron nuestros abuelos. Los vendían como esclavos, los subastaban a mejor precio. Y, hermanos míos, ¿qué les enseñan a ustedes en las escuelas? ¿Les enseñan que nuestros abuelos sufrieron, que nuestros abuelos han muerto por miles y miles? Nada. Esa historia la tenemos nosotros y no está escrita.
Los españoles tomaron por sorpresa a nuestros abuelos. Nuestra gente se dispersó, huyendo de una parte a otra. Se escondían, y eran los dueños de la tierra. Los trabajos, el desarrollo que día a día habían elaborado fueron abandonados. El arte, la organización, la autoridad que llevaban consigo fueron maltratados violentamente. Hubo entonces un tiempo de terror. Las enseñanzas que llevaban regularmente, no podían mantenerse en el tiempo del terror. Había que sobrevivir. Y esto no duró un mes, sino años, siglos. Nuestros abuelos se vieron obligados a abandonar sus tierras, huían, mendigando tierras.
Dijeron que éramos salvajes, y no podían decir otra cosa, porque decir que éramos gente organizada no les permitiría eliminarnos como animales. A ellos no les convenía tratarnos como gente, pues querían tomar toda nuestra riqueza. Pero, en verdad ¿quiénes eran los salvajes? ¿Quiénes eran los caníbales y los ladrones? ¿Acaso nuestros abuelos fueron a invadir las tierras de los españoles, a matar a sus hijos? Los verdaderos salvajes y caníbales eran los españoles. Así debe ser escrita la historia verdadera. El recuerdo de la invasión es el que nos hace valientes, es el que nos hace precavidos, es el que nos hace sospechar de la “buena gente” que llegan a nuestras costas. No necesitamos a nadie que nos venga a incitar, ya tenemos suficiente con nuestra historia. Nos sobran los motivos de lucha. Ahora nos dicen que son los intelectuales, los que ha estudiado en el exterior, los que vienen a motivar la lucha. Es una mentira y una ofensa a nuestra historia. ¿Acaso ellos saben la lucha de Ibeler, de Igwasalibler, de Duiren? Son nuestros sailagan, nuestros voceros, quiénes recuerdan diariamente esta nuestra historia sangrante. Sólo recordar esta historia nos pone en alerta, nos pone en actitud de defensa. Los wagas tienen miedo a nuestra historia. Por eso les animo a que aprendan nuestra historia, porque si no llegará el momento en que ustedes pensarán que las “sapas” son las mentiras que cuentan nuestros padres. Esa historia de los blancos les hará renegar de los valores de nuestra tierra.
Queremos decir algo nuestro, nuestra historia, ante la celebración de los 500 años del mal llamado descubrimiento de América. Ellos se alegrarán, pero para nosotros debe ser tiempo de tristeza, de dolor, de recordar los sufrimientos de nuestros pueblos. Hay que tener presente que en muchas ocasiones nuestros padres han sabido responder a las exigencias de los españoles de un modo mucho más excepcional de lo que respondemos hoy en día. Por ejemplo, Galib había sido reclamado por Nueva Granada de Colombia. Los españoles querían dar una tregua y querían dar tierras a nuestra gente. ¿Y qué dijo Galib? Si soy el dueño de esta tierra, si mis padres han sido los primeros en escuchar el canto de las aves sobre esta tierra, ¿cómo un extranjero que vino a robar esta tierra me va a decir que aquí, con esos límites debo vivir? Soy yo, somos nosotros quienes debemos decir dónde nos toca, dónde nos queremos mover.
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