Rito de ordenación
Canto de las letanías
Oración de consagración
Ofertorio
Almuerzo
AL SERVICIO DE DIOS Y DE LA HUMANIDAD
Por Edgardo Guzmán, cmf.
Era la mañana del 25 de octubre, todavía sentíamos el sabor de la fiesta de Claret y los ecos de la clausura del bicentenario. Un día soleado, un cielo despejado, un mar tranquilo... era el ambiente que climatizaba la ocasión. El calor humano la comunidad de Dadnakwe Dupbir (San Ignacio de Tupile), que se ha convertido como en un santuario de los diaconados, nos recibía con un cálido abrazo fraterno.
Para acompañar y ser testigos de la ordenación diaconal de Freddy fuimos llegando, de distintas islas, el equipo misionero, los laicos y laicas con los cuales él comparte su vida y misión, autoridades del pueblo (Sailagan), amigos, amigas, Monseñor Ariz (obispo ordenante), Eladio Rodríguez (delegado provincial) y, desde Costa Rica, su hermana Kathy y su esposo Pablo.
Un grupo de “gammuburwi” de Playón Chico encabezaba la procesión que llevó a Freddy junto con la comunidad de la casa a la Iglesia; poniéndole con ello a la celebración el autóctono ritmo kuna. A la hora propuesta una niña del coro nos decía: “cantemos el número uno...” “Abia Yalagine...” y así comenzábamos conectándonos a través de la música y de la letra del canto a la causa de los pueblos originarios de nuestra América india, a la “causa raíz”, como telón de fondo litúrgico.
En la liturgia de la Palabra resonó el texto vocacional de Jeremías: “antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré y te destine a ser profeta de las naciones”. Del relato de Ibeler y sus hermanos se escogió la parte en la cual ellos se conmueven y hacen suyo el dolor de la Madre Tierra. Y el evangelio de Juan nos recordaba que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Eladio presentó a Freddy ante Mons. Ariz, quien después de hallarlo digno, lo aceptó para el orden de los diáconos. Luego vendría la homilía, el rito de ordenación, la promesa de guardar perpetuamente el celibato, la manifestación de su disposición al ministerio, el postrarse en el suelo, las letanías en kuna con un santoral en diálogo interreligioso, la imposición de manos, la invocación al Espíritu Santo, el ponerse de rodillas, la entrega de los evangelios, Justiniano y Luci poniéndole la estola, los aplausos, el abrazo de paz... todos estos signos y gestos, nos hablaban de otra realidad: la de Freddy consagrándose al servicio del Reino, siguiendo a Jesús al estilo de Claret; la realidad de estar en esta misión de Kuna Yala, optando por la causa indígena, al servicio de los pobres, excluyendo con ello cualquier “recargo sacral” que lo hiciera ascender a un estatus superior.
Y pasamos al ofertorio presentando los frutos de la Madre Tierra: ogob, oba, masi (coco, maíz, plátanos), la sianar y una pareja de nuchumar como símbolos de la interioridad dule, el pan y el vino, anhelando que la fraternidad de nuestros pueblos se viera acrecentada en el compartir de los bienes y en el servicio mutuo.
Mientras el coro de las niñas de Tupile seguía luciéndose y animando la celebración (¡Excelente cantaron!) continuábamos participando, sintiendo el abrasador calor de un día soleado y también el ardor del espíritu claretiano.
Antes de la bendición final, el nuevo diácono, con una pequeño discurso en kuna, daba gracias a Dios y a la comunidad por lo aprendido y por la oportunidad de estar entre ellos. Finalmente nos dijo que había “dule masi” para todos, que nos quedáramos para compartir la fiesta. Con una sonrisa unánime aprobamos la invitación.
Una vez terminado el canto final el “grupo de damas”, expertas en estos menesteres, comenzó a servir el banquete prometido. Al mismo tiempo se aprovechaba para la clásica sección de fotos guardando imágenes para el recuerdo.
¡Felicidades hermano! Que el Espíritu de Jesús Resucitado, el Espíritu de Baba y Nana te animen y te den fuerza para vivir tu diaconado con fidelidad, entusiasmo y alegría en esta misión de frontera, puesto de vanguardia, lugar “oportuno, urgente y eficaz”. “Al acecho del Reino”.
Para acompañar y ser testigos de la ordenación diaconal de Freddy fuimos llegando, de distintas islas, el equipo misionero, los laicos y laicas con los cuales él comparte su vida y misión, autoridades del pueblo (Sailagan), amigos, amigas, Monseñor Ariz (obispo ordenante), Eladio Rodríguez (delegado provincial) y, desde Costa Rica, su hermana Kathy y su esposo Pablo.
Un grupo de “gammuburwi” de Playón Chico encabezaba la procesión que llevó a Freddy junto con la comunidad de la casa a la Iglesia; poniéndole con ello a la celebración el autóctono ritmo kuna. A la hora propuesta una niña del coro nos decía: “cantemos el número uno...” “Abia Yalagine...” y así comenzábamos conectándonos a través de la música y de la letra del canto a la causa de los pueblos originarios de nuestra América india, a la “causa raíz”, como telón de fondo litúrgico.
En la liturgia de la Palabra resonó el texto vocacional de Jeremías: “antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré y te destine a ser profeta de las naciones”. Del relato de Ibeler y sus hermanos se escogió la parte en la cual ellos se conmueven y hacen suyo el dolor de la Madre Tierra. Y el evangelio de Juan nos recordaba que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Eladio presentó a Freddy ante Mons. Ariz, quien después de hallarlo digno, lo aceptó para el orden de los diáconos. Luego vendría la homilía, el rito de ordenación, la promesa de guardar perpetuamente el celibato, la manifestación de su disposición al ministerio, el postrarse en el suelo, las letanías en kuna con un santoral en diálogo interreligioso, la imposición de manos, la invocación al Espíritu Santo, el ponerse de rodillas, la entrega de los evangelios, Justiniano y Luci poniéndole la estola, los aplausos, el abrazo de paz... todos estos signos y gestos, nos hablaban de otra realidad: la de Freddy consagrándose al servicio del Reino, siguiendo a Jesús al estilo de Claret; la realidad de estar en esta misión de Kuna Yala, optando por la causa indígena, al servicio de los pobres, excluyendo con ello cualquier “recargo sacral” que lo hiciera ascender a un estatus superior.
Y pasamos al ofertorio presentando los frutos de la Madre Tierra: ogob, oba, masi (coco, maíz, plátanos), la sianar y una pareja de nuchumar como símbolos de la interioridad dule, el pan y el vino, anhelando que la fraternidad de nuestros pueblos se viera acrecentada en el compartir de los bienes y en el servicio mutuo.
Mientras el coro de las niñas de Tupile seguía luciéndose y animando la celebración (¡Excelente cantaron!) continuábamos participando, sintiendo el abrasador calor de un día soleado y también el ardor del espíritu claretiano.
Antes de la bendición final, el nuevo diácono, con una pequeño discurso en kuna, daba gracias a Dios y a la comunidad por lo aprendido y por la oportunidad de estar entre ellos. Finalmente nos dijo que había “dule masi” para todos, que nos quedáramos para compartir la fiesta. Con una sonrisa unánime aprobamos la invitación.
Una vez terminado el canto final el “grupo de damas”, expertas en estos menesteres, comenzó a servir el banquete prometido. Al mismo tiempo se aprovechaba para la clásica sección de fotos guardando imágenes para el recuerdo.
¡Felicidades hermano! Que el Espíritu de Jesús Resucitado, el Espíritu de Baba y Nana te animen y te den fuerza para vivir tu diaconado con fidelidad, entusiasmo y alegría en esta misión de frontera, puesto de vanguardia, lugar “oportuno, urgente y eficaz”. “Al acecho del Reino”.